Camila, ¿excusa, ejecutora?
“Acudió Lotario con mucha presteza (…) y de
nuevo se admiró de la sagacidad, prudencia y mucha discreción de la hermosa
Camila…” (XXXIV, I)
Como bien hemos llegado a esperar,
Cervantes trae ante nuestra lectura un nuevo personaje femenino que se aleja de
ser unidimensional. Cierto es que Camila no es Marcela, no es Dorotea: he ahí el chiste. Trata El
Quijote con personajes que, sin dejar de asemejarse, se diferencian en todo
–como es sabido que sucede fuera de las letras–; personajes tan consistentes
como contradictorios. A primera vista, tiene la sospecha el lector de que no es
Camila otra cosa que un accesorio de la trama, una mera excusa del narrador para dar cuenta de hechos que la superan; Anselmo y Lotario llevan consigo y
dan lugar a la historia: son los ejecutores, los sujetos. Camila bien podría ser remplazada por una lámpara.
El error se va haciendo tanto más
evidente cuanto más se escapa el curso de acción de las manos de Anselmo, quien
lo ha puesto en marcha. Nos encontramos con que ha pensado Cervantes un
papel no sólo activo para la infiel enamorada, sino determinante.
Mal juzgada accesorio, resuelve Camila el embrollo en que el arrebato
irracional y desmedido de Lotario los ha metido. Sin detenerse a dejar sitio a
inseguridades, toma cartas en el asunto y soluciona lo que ha superado ya a los
personajes masculinos. Camila, “sagaz”, “prudente” y “discreta”, elabora un
plan que la haga parecer honrada, a Lotario leal y a Anselmo respetado. Astuta,
se apuñala entre el brazo y el pecho para agregar a la ilusión de verdad, hasta
punto tal que Lotario y Leonela, partícipes de su plan, se ven inmovilizados por la incredulidad. Sin pretensiones de mujer "elevada", resulta entonces Camila en sujeto accionador, llevando a cabo el juego
donde se ha ideado protagonista y donde marido y amante ocupan los espacios que
para ellos ha moldeado.
Ariana Lattuf
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