La ficción siempre puede más: sobre el cura y el barbero.
Nos hemos
enterado por boca y proceder de nuestro hidalgo, cuán importante es ser comedido
y discreto para ser juzgado por persona sensata y honrada. Precisamente este es
uno de los consejos que mejor recuerda Sancho Panza al gobernar la Barataria, y
no tanto por su utilidad en lo que representa el trato con los demás, sino por terminar,
irónicamente, siendo el consuelo de su pena, al no encontrar los lujos y
placeres que esperaba hallar en el poder. Y es que, desde el comienzo de la
novela, vemos el peso que tiene este ideal para don Quijote, pues lo encarna la
figura de dos personajes muy cercanos a él: el cura y el barbero. El primero se
ocupa del espíritu y el segundo del cuerpo. Ambos como guías, moderadores o aparatos
represores que son, se ven enfrentados a un demonio cuyas fuerzas les son
superiores: la ficción.
Varios y
esforzados son los intentos que pretenden llevar a cabo estos agentes que no
viven sino para corregir lo que juzgan por mal; para imponer límites a todo
lo que sobrepase sus prédicas. Y, tras haber recurrido a diferentes modos (algunos
de estos terribles y arbitrarios) para combatir y aplacar la ficción literaria
que hizo de un pobre hombre un caballero andante que ha quedado inmortalizado
en la historia, optaron por la única arma capaz de darles resultados: la propia
ficción. Pero a fin de cuentas y como siempre pasa, la realidad se encargó de
colocar las cosas en su lugar, encendiendo nuevamente una llama en la mirada
del manchego y su escudero.
Comentarios
Publicar un comentario