De la Pastora Marcela


"La imaginación dispone de todo; crea belleza, justicia, y felicidad, que es el todo del mundo."
Blaise Pascal



Como “cruel, y un poco arrogante, y un mucho desdeñosa” se nos presenta a la pastora Marcela, aquella de excepcional belleza quien ha causado, según las acusaciones de los allegados a Grisóstomo, que este joven estudiante, conocedor de los espectros celestes, se arrancara la vida en la vorágine de su pasión. Lo particular del caso, es que mientras la desdicha del enamorado es relatada a Don Quijote, se aparece en el lugar donde se cavaba la tumba de Grisóstomo (el mismo donde se dice que él la miró por vez primera) la pastora Marcela con el propósito de defenderse de los oprobios que le han hecho.

Así, tras dejar totalmente aturdidos con su aparición a los que estaban presentes, estas fueron sus palabras:

“No vengo, oh Ambrosio, a ninguna cosa de las que has dicho, respondió Marcela, sino a volver por mí misma, y a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan. Y así ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos, que no será menester mucho tiempo ni gastar muchas palabras para persuadir una verdad a los discretos. Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera, que sin ser poderosos a otra cosa, a que me améis os mueve mi hermosura, y por el amor que me mostráis decís y aun queréis que esté yo obligada a amaros. Yo conozco con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama; y más que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir quiérote por hermosa, hazme de amar aunque sea feo. Pero puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas las hermosuras enamoran, que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas sin saber en cuál habían de parar, porque siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos; y según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo, que tal cual es, el cielo me la dio de gracia sin yo pedirla ni escogella; y así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado, o como la espada aguda, que ni él quema, ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe parecer hermoso; pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquél que por solo su gusto con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda? Yo nací libre, y para poder libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras; y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo, ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos, bien se puede decir que no es obra mía que antes le mató su porfía que mi crueldad; y si me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y si él con todo este desengaño quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento, ¿qué mucho que se anegase en la mitad del golfo de su desatino? Si yo le entretuviera, fuera falsa; si le contentara, hiciera contra mi mejor intención y prosupuesto. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa. Quéjese el engañado, desespérese aquél a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confiese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo, ni admito. El cielo aun hasta ahora no ha querido que yo llame por destino, y el pensar que tengo que amar por elección es excusado. Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho, y entiéndase de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque a quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos, que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala: el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá, ni seguirá, en ninguna manera. Que si a Grisóstomo mató su impaciencia y arrojado deseo, ¿por qué se ha de culpar mi honesto proceder y recato? Si yo conservo mi limpieza con la compañía de los árboles, ¿por qué ha de querer que la pierda, el que quiera que la tenga, con los hombres? Yo, como sabéis, tengo riquezas propias, y no codicio las ajenas: tengo libre condición, y no gusto de sujetarme; ni quiero ni aborrezco a nadie; no engaño a este, ni solicito a aquel, ni me burlo con uno, ni me entretengo con el otro. La conversación honesta de las zagalas destas aldeas, y el cuidado de mis cabras me entretiene; tienen mis deseos por término estas montañas, y si de aquí salen, es a
contemplar la hermosura del cielo, pasos con que camina el alma, a su morada primera.”

Acto seguido que se marchara Marcela entre los montes Don Quijote se aprovecharía de la situación para hacer muestras de su caballería amenazando a aquellos quienes maravillados pretendían ir tras los pasos de Marcela.

He elegido a este personaje entre los que hemos conocido hasta este punto del curso, debido a la singularidad que se nota en la pastora Marcela, quien con palabras esgrime perfectamente su defensa, y, además, de una forma muy original.

No deja de ser absolutamente fascinante el entorno de esta parte de nuestra lectura a pesar de mostrar el rostro de un tópico cuyo trasfondo seguramente ha sido tratado reiteradamente en la historia de la literatura: el grado de culpabilidad, o responsabilidad que lleva el ser humano sobre sí a causa de la belleza, a veces; inconmensurable, como hemos visto en el mítico caso de Helena de Troya.

No hay demasiado que pueda agregarse con el fin de contribuir a la defensa de este tipo de personajes, puesto que bien se han sabido defender. Si se tratase de algo como lo que suele llamar la gente “vida real” o “ser-humano-de-verdad” seguramente la inclinación más común sea el suponer que un individuo atiborrado de tan absurda belleza tiene cierta conciencia del arma que posee al haber sido tocado por este don de ser hermoso; también, podría resaltarse que quizá exista cierto desarraigo que es lo que podría representar el retiro de Marcela entre las aguas y los árboles en un sentido poético; sin embargo, en este plano fuera del libro quizá se lleve la sensación el bien dotado de ser reconocido no más que por su notable belleza, en detrimento de sus ideas o propios deseos. Sería algo como tildar un libro de “bueno” por su cubierta y aquello seguramente debe generar un grado de frustración y culpabilidad.

A fin de no enredar tanto el asunto es importante destacar que hablamos de un mundo ficticio, pero posible. Se cumple y levanta el mejor de los pactos ficcionales debido a que Marcela ha sido expuesta en el libro, más que como bella, o como personaje: como humana.



“¡Oh no; por tus rodillas te ruego que no me mates imputándome un crimen, obra de los dioses! ¡Perdóname!”


Las Troyanas --Eurípides.

Comentarios

  1. ¿Como hago para publicar mi entrada?

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  2. Debes aceptar la invitación de participación que ha sido enviada a tu correo. Luego debes acceder tu cuenta y debe aparecer este como uno te tus blogs, una vez que le das "ver blog" te aparece la opción de "nueva entrada" o algo así... Suerte!

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