La verdad sobre Sansón Carrasco
Efraín Gavides Jiménez
Las acciones que ni mudan ni alteran la verdad
de la historia no hay para qué escribirlas.
Don Quijote
Como
para que no quedara duda de su autoría, el avispado artífice de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la
Mancha (se deba o no a la aparición de Avellaneda), fue capaz de (re)escribir
su novela línea por línea. Es para ello que el bachiller Sansón Carrasco toma
parte en el segundo libro de la obra. Carrasco, no tengo dudas, es un alter ego: el de la autocrítica. Además,
una autocrítica no exenta de ironía: “hombres famosos por sus ingenios” dice el
bachiller “son envidiados por aquellos que tienen por gusto y por particular entretenimiento
juzgar los escritos ajenos, sin haber dado algunos propios a la luz del mundo”.
Pero
no solo está hecho para la crítica, que ha sido apenas un motivo de la invención
literaria. Carrasco, soportando con hidalguía las paradójicas desventuras de un
genio narrativo sin par (“El que de mí trata —dijo don Quijote— a pocos habrá
contentado”), vindica formidablemente y destina no sé si la gloria, pero sí un
ideal de ficción: el descubrimiento de una novela que mezcla “el mundo del
lector y el mundo del libro” (Borges, J. L. Otras
inquisiciones, 1952). Bien sea paródica o alegóricamente, debemos la-necesidad-de-estudiar-al-Quijote al temperamento de un Sansón
Carrasco, para nada realista en su
concepción, pero real, cual Miguel de
Cervantes.
Cervantes, M. de. El
Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, Libro II, Capítulo III.
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