La otra cara de la Iglesia
“Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego
para con este un Alejandre Magno, con ser la misma avaricia, como he contado.
No digo más, sino que toda la laceria del mundo estaba encerrada en este: no sé
si de su cosecha era o lo había anejado con el hábito de clerecía. ”
Lázaro es el típico pícaro que juzga a sus amos
dependiendo del alimento que le den –o que no-. En este pequeño fragmento de la obra se podrían esconder gran parte de
las acusaciones que esta obra le hace a la Iglesia. Este segundo amo, es nada
más y nada menos, que un clérigo y, aun así,
Lázaro cuenta que en comparación con el ciego, este clérigo era la
avaricia misma. Esto resulta contradictorio a la idea misma de la clerecía. Se
supondría que es de parte de estos hombres próximos a la Iglesia de los que
Lázaro mejor trato obtendría, pero con ellos solo empeora su situación,
mostrando quizá, el lado más hipócrita de la religión de entonces. El Lazarillo
de Tormes plantea a los hombres más poderosos e imponentes de esos años como unos seres
consumidos en la avaricia e incluso en la corrupción. Es una acusación muy
fuerte por parte del autor y, para mí, la crítica más fuerte de esta obra: la falta de
humanidad o incluso la hipocresía de la Iglesia con la sociedad que la rodeaba.
Esta institución aparece aquí, como representante de la desigualdad, la
avaricia e incluso la falta de interés por las posibles soluciones de los
problemas sociales.
(Tractado Segundo, pág. 65, ed. Cooperación Editorial,Madrid, España)
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